
“Niñita intrusa” me decías. Entonces te empece a llamar Tuta.
Abuela, te recuerdo muerta, destrozada, partida, en el cajón, después de tu accidente automovilístico de la carretera Norte Sur. Tu reloj estaba detenido a las cinco y cuarto de la tarde.
También te recuerdo viva pero la visión de la muerte es más potente y nubla las demás imágenes. Te veo galopando por la viña, saltando las acequias sobre tu caballo Remember o jineteando el Concho de Hulpo. Te veo manejando tus camionetas, la Desoto o la Chevrolet. Te veo cuidando las flores de tu jardín, las enormes hortensias azules, gozando las comidas y los vinos, te veo riendo a carcajadas, o dirigiendo, te veo como un sol que brillaba y relucía opacando a todas las demás personas que vivían a tu alrededor.
Eras un eslabón más de esta familia de mujeres solas, independientes, abandonadas, a quienes siempre se les mostró una imagen de hombres débiles. Un sello que nos ha marcado generación en generación y que hoy trato de romper al darme cuenta que yo también he sido involuntariamente un nuevo eslabón.